La mujer se qued≤ mirßndola con la boca abierta y los ojos asombrados. Pero el marido se levant≤ desesperado, y dando vueltas por el cuarto, se arrancaba el cabello, diciendo:
-Por ti, que eres mßs golosa y comilona que la tierra, se ha desperdiciado uno de los deseos. Mire usted, se±or, íquΘ mujer Θsta! íMßs tonta que un habar! Esto es para desesperarse; íreniego de ti y de la morcilla, y no quisiese mßs sino que se te pegase en las narices!
No bien lo hubo dicho, cuando ya estaba la morcilla colgando del sitio indicado.
Ahora toc≤ asombrarse al viejo y desesperarse a la vieja.
-Te luciste, mal hablado -exclamaba Θsta-haciendo in·tiles esfuerzos por arrancarse el apΘndice de las narices; si yo empleΘ mal mi deseo, a] menos fue en perjuicio propio y no en perjuicio ajeno; pero en el pecado llevas la penitencia; pues nada deseo, ni nada desearΘ, sino que se me quite la morcilla de las narices.
-Mujer, por Dios; ┐y el rancho?
-Nada.
-Mujer, por Dios; ┐y la casa?
-Nada.
-Desearemos una mina, hija, y te harΘ una funda de oro para la morcilla.
-Ni lo pienses.
-Pues quΘ, ┐nos vamos a quedar como estßbamos?
-Este es todo mi deseo.
Por mßs que sigui≤ rogando el marido, nada alcanz≤ de su mujer, que estaba por momentos mßs desesperada por su doble nariz, y apartando a duras penas al perro y al gato que se ~en'an abalanzar hacia ella.
Cuando a la noche siguiente se apareci≤ el hada y le dijeron cußl era su ·ltimo deseo, les dijo:
-Ya veis cußn ciegos y necios son los hombres creyendo que la satisfacci≤n de sus deseos les ha de hacer felices. No estß la felicidad en el cumplimiento de los deseos, sino que estß en no tenerlos; que rico es el que posee, pero feliz el que nada desea.